UNA MEDIDA MÁS, UNA MEDIDA MENOS

«Póngalo, que ahora sí«, le dijo un señor con braga naranja abordo de un Intercomunal, al chofer. Que sin altanería, por la propuesta casi impuesta, cambió a Maelo Ruiz por Nicolás Maduro.

No faltó que un colector en voz alta, explicara porqué la transición de la salsa a la Cadena Nacional, para que todos los que iban en el autobús afinaran sus oídos a lo que se había sintonizado.

Rumoraba un hombre sentado al lado de la ventana, que el presidente renunciaría. Otro más atrás, con una alfombra de bolsas producto de una jornada de bachaqueo, decía con un tono indolente que volverían a jugar a la sillita, que colocarían a uno de ellos en un nuevo cargo. Y una mujer con un gran trasero que impedía el tránsito en el pasillo, le susurraba a su amiga, que le habían mandado una cadena por whatsapp, para que se prepararan con comida y velas, porque ahora sí iba estallar el peo.

Y ahí estaba María, guindada del primer tubo que consiguió. Dispuesta a dejar su cansancio de pulir quien sabe cuántas veces los baños de la universidad Santa María, gracias a los pisotones que dejaban los estudiantes malcriados, para concentrarse en cada palabra del bigotudo mandatario.

Dadaven, Complejo, Molorca, tres estaciones que ya habían transcurrido en las que decía mucho el heredero socialista, y a la vez nada.

Pasajeros se bajaban con decepción de no oír todo, pasajeros que subían con la percepción de oír algo. Y María rogaba a Dios mentalmente, que no llegara al Centro sin saber que se anunciaría.

El discurso amenazante y usurpador por parte del gobierno, parecía que había culminado y daría inicio a lo que todos ansiaban. Inmediatamente los sofocantes apretujones pasaron a un silenciante suspenso.

Maduro comenzó a desglosar una a una, las nuevas cinco medidas.

El primero fue el aumento de la gasolina. Unos suspiraron buscando llenar sus pulmones de fuerzas porque sabían los que les esperaba. Mientras que los que tenían carro o sabían de ingeniera automotriz convertían sus mentes en calculadoras y sus dedos en ábacos. María solo bajo la mirada a observar su billetico rosado, con el que pagaría el pasaje del día, y dedujo que seguramente la semana que viene para regresar a su casa tendría que conseguirse uno de esos verdecitos.

Una devaluación más al bolívar, que un día se llegó a llamar fuerte ahora se ha vuelto más débil, con la restructuración del sistema cambiario. Aunque ella no entendió del todo, ni le dio la importancia necesaria. -Pues a su criterio, no usaba dólares- Sabía que de alguna forma la estaban jodiendo.

El ajuste de precios alimenticios, le hizo subir la tensión del corazón, porque lo poco que disponía al hacer mercado -los viernes de 08 y 09, según el número de CI-, ya no le estaba dando la base. Y «… el abasto bicentenario se pudrió.«, que casi terminó por dale el infarto. Quizás la prima del amigo, del sobrino, del esposo ya no le daría el pitazo cuando llegara algún producto.

El incremento salarial fue el electroshok, que hizo que recobrara las esperanzas al tener un poquito más de realito. Lo que no sabe es que para mañana, ya la inflación se habrá devorado lo que le aumentaron.

María se convirtió en otra venezolana de la estadística. Que aunque sabía que la condición del país es crítica, infrahumana y preocupante, prefirió conformarse con su indiferencia.